viernes, 20 de noviembre de 2015

Una guerra


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No es terrorismo. Es guerra. Ya está bien de eufemismos. Que llevan al desastre. Sólo. Es una guerra, en la que el parapeto fronterizo del Mediterráneo se ha disuelto. Es una guerra que está aquí, en todos y cada uno de los países de una Europa fuertemente islamizada. Que está aquí, tanto como en Irak o Siria. No es cualquier tipo de guerra. Es una a cuyo anacronismo se creía nuestra alegre modernidad inmune: guerra de religión, conforme a las reglas de sumisión que atan al musulmán a un Alá cuyos mandatos constituyen la única ley mundana.
Nadie puede abrigarse en retóricas ridículas. No, no es cierto que todas las religiones sean benefactoras; menos aún, que el objetivo de todas sea la paz en el mundo. El mandato coránico es explícito y muy poco concordante con fantasías benévolas: la guerra que los yihadistas despliegan contra el mundo infiel es lucha contra una resistencia diabólica al mandato de Alá. Y, para esa resistencia, contempla el Corán un solo castigo: la muerte. Indiferenciada. En un concierto de heavy metal como en un partido de fútbol. En París como en Madrid. Porque todo no musulmán es culpable de estar vivo.
La alternativa hoy en Europa no es paz o guerra. La guerra está aquí: Europa es territorio de yihad para los musulmanes piadosos. La alternativa a la cual los europeos se confrontan es más agria: dar esa guerra y ganarla, o aceptar ir de cabeza al matadero. Los discursos pacifistas son hoy cómplices estúpidos de la teocracia. No es «venganza» aniquilar a EI. Es legítima defensa.
Sé que no es confortable decir esto. La verdad nunca lo es. Todo el mundo desea que le ofrezcan dulces consuelos. Y la verdad no consuela. Pero hasta un socialdemócrata tan tibio como Hollande ha acabado por alzar constancia de lo inocultable: el islam ha declarado guerra a Europa; si esa guerra no la ganamos, todas las estructuras de libertad que Europa forjó durante siglos serán reducidas a escombros. Eso se juega. En esta guerra. Porque es guerra. De dimensiones mayores. Que nadie se consuele llamándola «terrorismo».
Gabriel Albiac. ABC, 15/XI/2015

Pedes confrontar estas ideas con las que se exponen aquí

lunes, 16 de noviembre de 2015

No nos enteramos

El 18 de agosto de 2006, las playas de Canarias batieron el récord de llegadas de inmigrantes irregulares: 512. Y ese fin de semana, las autoridades contabilizaron 1.268 indocumentados. El Gobierno sacó la calculadora: si ese ritmo se mantenía, podíamos esperar unas 175.000 llegadas al año. Estos sucesos, seguro que lo recuerdan, desataron una especie de histeria colectiva. Con los telediarios retransmitiendo en directo las llegadas, los medios comenzaron a hablar de “crisis de los cayucos”, el Gobierno convocó al gabinete de crisis y la diplomacia española se desplegó por todo el África subsahariana para lograr acuerdos de repatriación.
Más recientemente, el 6 de febrero de 2014, en lo que la prensa describió como un “asalto masivo”, entre 250 y 450 inmigrantes intentaron entrar en Ceuta. Y un mes después, 500 inmigrantes lo lograron en Melilla en un solo salto. Cuando ese mes un polémico informe del CNI avisó de que 30.000 inmigrantes esperaban para saltar a España toda medida fue poca: se reforzaron las vallas, se instalaron concertinas y se abrió el paso a las “devoluciones en caliente” y al uso de balas de goma, con funestas consecuencias.
Comparemos cifras. En el punto álgido de la crisis de los cayucos, en 2006, se registraron 39.180 llegadas. Y en 2014, 14.000 personas intentaron saltar la valla en Melilla pero sólo 2.000 tuvieron éxito. Ahora imaginen la situación en Grecia, con 9.000 personas llegando cada día a sus costas, es decir, todas las llegadas a Canarias de 2006 cada cinco días. O piensen en Eslovenia, un país de dos millones de habitantes con un ejército de 7.300 soldados que en solo una semana ha visto deambular por su país a 50.000 personas. ¿Se imaginan de qué estaríamos hablando si 9.000 personas estuvieran llegando diariamente a las playas de Almería? ¿O qué diríamos si un millón de sirios atravesara España en una semana? Tan inmersos que estamos en los contorsionismos políticos y jurídicos de Artur Mas, ERC y la CUP que no nos enteramos de lo que está pasando ahí fuera. Y lo que está pasando ahí fuera es algo de una magnitud descomunal. Como lo serán sus consecuencias. Pero preferimos no enterarnos.

José Ignacio Torreblanca, El país, 4/XI/2015

viernes, 6 de noviembre de 2015

La fiebre

Hace unos días, en Barcelona, escuché el bello discurso de Muñoz Molina agradeciendo el premio del Liber: enumeró lo que amaba de Cataluña y renegó de los nacionalismos. Yo también recuerdo los años que trabajé en revistas catalanas; la época en que Barcelona era un prodigio, una isla de modernidad dentro de la casposa sociedad española de los setenta. Siempre he admirado a los catalanes. Siempre los he querido. Empezando por la escritora Montserrat Roig, que falleció tan joven, y que ocupa un lugar en mi corazón. 
Después de tanta vida juntos, de tantas emociones compartidas, es natural que a
muchos españoles nos apene separarnos de Cataluña. Y a mí, que entiendo bien el catalán y que tanto he aprendido en mi juventud de esa sociedad tan vanguardista, también me apena que ahora se entregue al nacionalismo. Porque sigo creyendo que los nacionalismos son un atraso; todos ellos, diré una vez más tediosamente (ya se sabe que para poder criticar el catalanismo hay que repetir que también detestas el españolismo), me parecen un impulso retrógrado, un regreso a la horda, a la demonización del otro para crear una identidad
protectora de tribu. Y lo peor es que todos llevamos este anhelo primitivo a flor de piel y podemos potenciarnos unos a otros la parte nacionalista más feroz. Ya lo estamos haciendo.
No veo una solución fácil a esta fiebre fatal, a esta siembra de odio. Me preocupa la cerrazón del PP, no ya ante el órdago del 9-N, sino de antes, de siempre, porque habrá que ofrecer una verdadera salida; pero, sobre todo, no puedo evitar pensar que esta crispación ha sido fomentada por los políticos catalanes por intereses propios. Porque hace muy pocos años Cataluña no sentía esto, aunque ahora intenten inventarse otra cosa. Que cada cual aguante su responsabilidad frente a la historia.

Rosa Montero. El país. 7-10-2014