martes, 29 de septiembre de 2015

Comentarios críticos

A través de este blog vamos a compartir nuestros ejercicios de comentario de texto, como forma de aprender entre todos.
Tras cada texto, puedes publicar como comentario tus respuestas a las tres preguntas del texto de Selectividad: organización de las ideas, tema y resumen y comentario crítico. Por supuesto, todas las aportaciones al blog contarán para la nota de clase, faltaría más.

Saber o no saber

En una librería neoyorquina, McNally Books, en donde la literatura en castellano ha conquistado un espacio, nos reunimos para hablar en torno a un libro. Muchos españoles, la mayoría jóvenes, y la mayoría de esos españoles, científicos. Investigan sobre sida, memoria emocional, cáncer, memoria espacial... En los primeros tiempos disfrutan de su experiencia, a partir del tercer año comienzan a preguntarse por qué no pueden ejercer su profesión en casa. Vivir en Nueva York es excitante pero duro, agotador. Lo paradójico es que conforme su nivel de capacitación va subiendo, las posibilidades de encontrar trabajo en nuestro país decrecen.  Les escucho y pienso en lo frecuente que es leer en la prensa dos juicios de valores del todo contradictorios sobre el nivel de preparación de los jóvenes. Por un lado, tenemos al optimista inquebrantable que afirma que nunca la juventud española ha estado tan preparada; por otro, el tozudo catastrofista que piensa que de esta enseñanza media solo brotan ignorantes. Las dos opiniones son tan reduccionistas que la visión más cercana a la realidad se consigue sumándolas.
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Lo tremendo es que hay una parte de esa juventud, sobrada de talento, a la que no le dejamos otra oportunidad que regalárselo, por ejemplo, a los Estados Unidos, que lo reciben sin preguntar de dónde viene. Y otra juventud que, como consecuencia dramática de los años burbujeantes de la construcción descontrolada, se encuentra con que ahora tiene las manos en los bolsillos por haber sido diabólicamente adiestrada para obtener beneficio sin tener oficio. La extraña convivencia de esas dos realidades, tan dispares la una de la otra, son las que definen un país en el que se abre un inmenso abismo entre los que saben mucho y no tienen dónde demostrarlo y los que no saben casi nada y no tienen dónde emplear su ignorancia.

Elvira Lindo, El País, 17/11/2010.

El bosque

El terror suele constituir el elemento esencial en los clásicos cuentos infantiles. En esos relatos los niños siempre corren el peligro de perderse, de ser raptados, maltratados o devorados por algún ogro. En las noches de invierno, alrededor de la chimenea, nos contaban unas historias en las que el bosque era el espacio más fértil para la imaginación. Allí habitaban enanitos risueños, gnomos y elfos que eran criaturas de gran belleza, duendes inmortales, pero el bosque también estaba lleno de lobos disfrazados de torvos leñadores que querían comerse a Caperucita. Allí solía haber una gruta inaccesible donde una princesa encantada se hallaba bajo el poder del dragón, aunque al final siempre llegaba a rescatarla un príncipe a caballo. El bosque era una línea oscura entre el terror y la fantasía. En el lugar donde una doncella había sido violada brotaba un manantial.
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Ningún bosque medieval puede compararse a la intrincada selva de Internet. En ella está toda la magia de la inteligencia humana y también su más sucia perversión. El beso con que el príncipe despertaba a la Bella Durmiente ha derivado en el porno más duro. El bosque digital se ha convertido en un laberinto lúbrico, que rezuma sexo tórrido por todo el teclado. Caperucita ha decidido quedarse el sábado en casa y su abuelita está muy contenta porque la cree a salvo de los malos. La abuelita no sabe el peligro que corre su nieta adolescente en su cuarto si comienza a adentrarse en el bosque de Internet con la tableta. Puede que, de repente, a altas horas de la noche se vea con terror a sí misma posando de forma obscena en la pantalla. ¿Quién le robó esa foto? Bajo su imagen aparece un mensaje de amor que le manda un desconocido. Así comienza un lobo digital a comerse a Caperucita.

Manuel Vicent, El país, 5-10-2014